¿Filantropía o derecho a la salud?

Por Marinilda Rivera Díaz, PhD




Buenos días, ¿tiene siete minutos?”, me indicaba la vendedora de seguros mientras se presentaba con una voz amable. Deseaba ofrecerme una oferta promocional como parte del mes de la prevención del cáncer de seno. Le contesté que sí, quería escuchar la oferta que prometía, entre otras cosas, atender mis compromisos económicos en caso de un diagnóstico de cáncer y “…no tener que preocupar a su familia, pues los costos de tratamiento para estas condiciones son muy altos”, me decía. Mientras escuchaba detenidamente, esa voz me alertaba de las altas tasas de cáncer de senos en mujeres en Puerto Rico, de lo preparada que debemos estar en caso de que nos ocurra, pues “…hoy todas las mujeres conocemos al menos una que haya pasado por ese proceso”. No la interrumpí, y tengo que admitir que la compañía aseguradora que la contrató se cercioró de escoger a una mujer de voz asertiva y pausada. Seguía hablando y me preguntó si estaba de acuerdo con la casi radiología del estado epidemiológico sobre el cáncer en Puerto Rico que me acababa de hacer. Le contesto que sí, (claro, quién no está consciente de lo alarmante de este problema en nuestro país) y seguido le pregunto cuánto cuesta el seguro que me va a ofrecer. “Pues fíjese, le voy a contestar, pero para usted por su edad le sale solo en $24.95 el mes, .83 centavos al día. Pero antes de hablar de ello y decidir, permítame explicarle las cláusulas de exclusión, ¿le parece?”. Seguí escuchando… “No cualifican personas con diagnósticos previos de cáncer, personas en tratamiento para cáncer al momento de asumir esta póliza, personas con diagnósticos de VIH…”. La interrumpo y le digo: “Permiso, pero me parece que debe haber un error. Es una póliza de prevención y usted me indica que personas con diagnóstico de VIH no cualifican. Sin embargo, los estudios han demostrado la relación que existe entre por ejemplo el virus de papiloma humano, el cáncer cervical y las mujeres que viven con VIH”. Mientras le hablaba me preguntaba si en efecto la compañía desconocía de esta relación y las investigaciones recientes sobre cáncer y VIH. Quería pensarlo así, pero inmediatamente surge mi otra interrogante: ¿acaso será entonces que precisamente porque son conscientes de los estudios de prevalencia sobre ambas enfermedades, han montado claramente toda esta lista de exclusiones? Me convencí que la segunda era más probable, y como investigadora y trabajadora social son estos los momentos en que me cuestiono a disposición de quienes ponemos el conocimiento que construimos a través de nuestros estudios y experiencias profesionales. Le expresé mi preocupación en cuanto a cómo el mercado de la salud ha puesto mujeres a vender pólizas de seguro a otras mujeres para acaparar clientela. Le hablo del derecho a la salud y como este ha sido mercantilizado por las propias compañías para la cual ella labora; que me parecía injusto que tuviera que pagar $24.95 para prevenir algo en el futuro, cuando los esfuerzos deberían estar en buscar la cura para esta enfermedad ahora. Me responde la vendedora: “Si yo entiendo todo eso, pero fíjese, yo estoy haciendo esto y le llamo porque yo pasé esto mismo con mi mamá, y gracias a que ella tenía una póliza como esta en ese momento es que pudimos manejarlo”. Creo que ella no me entendía aún, y le indico: “Precisamente usted ya pasó por esto, ¿y usted cree que es justo que debamos comprar nuestro derecho a la salud, nuestro derecho a vivir? ¿Usted cree que es justo que las personas tengan que pedir dinero en las calles y hacer préstamos para poder salvarle la vida a un ser amado porque compañías aseguradoras como en la que usted trabaja controlan ese mercado y los costos del mismo? ¿Y qué hago con las miles de mujeres que no podrán pagar esta póliza?, ¿acaso merecen morir? Quizás para mí y para usted $24.95 no significan tanto dinero al mes, pero para muchas mujeres que he conocido a través de mis investigaciones, o en otros espacios, esa cantidad significa dejar de comer un día, o dejar de pagar un deducible de un medicamento. ¿No cree que a lo que debemos aspirar es a un sistema de salud que no nos venda el derecho a la salud como mercancía y que lo compren solo aquellos/as que tienen los recursos para hacerlo?”. Inmediatamente terminé esta oración, la mujer me contestó muy amablemente: “Si, yo estoy de acuerdo con usted, y me parece muy filantrópico eso que usted dice”. Con su respuesta quedé convencida, entre otras cosas, que tanto ella como yo somos sujetos de un sistema que responde a grandes intereses, y que su única función es continuar perpetuándose a través de la mercantilización de los derechos humanos, como lo es la salud. Acabo de terminar este escrito, prendo la televisión y un noticiero local reseña la noticia de un niño de un año y 8 meses con cáncer terminal. Sus padres a través de los medios apelan al buen corazón de nuestro pueblo para proveerle un tratamiento a un costo que sobrepasa los $100,000 dólares que pudiera salvarle la vida. El dinero debía ser depositado en una cuenta bancaria. Escuchaba la noticia y el corazón se me estremecía de solo pensar en cómo este sistema de salud todos los días le pone precio a la vida de los niños y niñas y añade presiones y angustias a familias que ya pasan por el dolor de una enfermedad como esta en un ser querido. Es esta la filantropía a la que hacía referencia aquella vendedora de seguros que me llamó, la filantropía que llama a la buena voluntad, y a la caridad, partiendo de que atenderemos la desigualdad desde una perspectiva individualista, donde la persona es responsable de sus propias condiciones de vida y pobreza. Pero pienso que es esa buena voluntad precisamente la que necesitamos como pueblo para transformar nuestro sistema de salud, reconociendo que la salud no se debe valer de la filantropía, ni de la caridad, ni debe ser concebida como mercancía de consumo, exigiendo juntos y juntas el derecho a la salud que todos los seres humanos tenemos. 


Publicado en http://www.80grados.net/filantropia-o-derecho-a-la-salud-2/

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